miércoles, 17 de marzo de 2010

La complejidad de lo simple

El Campito, Juan Diego Incardona, Editorial Mondadori

Existe un conurbano oculto. En algún lugar entre el Partido de La Matanza, Esteban Echevarría y Lomas de Zamora, el peronismo ha ordenado construir una serie de “barrios bustos” a la manera de Ciudad Evita, que remiten a figuras históricas de la militancia y están diseñados para proteger a los partidarios de los embates furibundos de la oligarquía. Por estos escenarios deambulan vagabundos, enanos gigantes, hombres gatos y cantores peronistas que combaten las arremetidas del Esperpento, una suerte de Frankestein autóctono que pretende destruir los poblados peronistas. Esta puede ser, en un trazo muy grueso, una manera de resumir El Campito, la novela de Juan Diego Incardona editada por Mondadori. Pero escribir sólo esto implicaría decir muy poco sobre un libro que, en sus páginas, se anima a mezclar componentes que provienen de los orígenes más diversos.

Hay algunos textos que tienen la virtud de dejar en el lector más preguntas que certezas. En este grupo está, sin lugar a dudas, esta novela de Juan Diego Incardona. ¿Qué es El Campito? ¿Es una exaltación de lo popular o es un retrato de ciertas miserias políticas? ¿Es una historia que rescata al peronismo como movimiento político o más bien como conglomerado estético? ¿Cómo se conjugan, en un mismo libro, una infinidad de citas literarias implícitas con la reivindicación de la narración oral?

Lo único que se puede decir con certeza es que El Campito es un libro que desarma. Desarma la geografía, desarma la temporalidad y desarma parte de la historia política argentina para rearticularlas en una narración que conjuga componentes épicos, míticos y populares. Incardona mixtura de una forma muy efectiva su escritura de estilo realista con el relato de sucesos fantásticos e insólitos. En un ejercicio que recuerda las dotes fabuladoras de Osvaldo Soriano, apela a la conjunción de lo habitual con lo absurdo para terminar demostrando que, aquello que suponemos real, no es más que una selección dentro de un universo más amplio de reales posibles. Y la propia habitualidad, los elementos de lo cotidiano, al ser insertos en el marco de un relato fantástico toman otra dimensión, y nos recuerdan que lo que creemos simple y mundano es, al fin de cuentas, parte de una estructura muy compleja.

Carlitos es el personaje principal de esta novela, un vagabundo que relata oralmente sus andanzas por este conurbano mítico y peronista, poblado de pájaros meones, plantas transparentes, bagres gigantes y otras deformidades surgidas como fruto de la contaminación de la cuenca Riachuelo-Matanza. Y este personaje, en su eterno deambular, es en cierta forma la metáfora perfecta de una narración que busca escapar a los límites del tiempo y el espacio para trazar una nueva cartografía. La novela construye un universo que amenaza con violentar toda frontera: no sólo las que hacen a lo geográfico y a lo temporal, sino también las que distinguen aquello que es considerado ficción de lo que se supone real. Así, diversos personajes literarios pueblan los dominios amorfos de El Campito, como espectros que se aparecen para destruir las barreras entre universos (aparentemente) separados.

Y es dentro de la propia oralidad de Carlitos donde se inmiscuyen las sesgadas citas históricas, musicales y literarias que abundan en la historia. De este modo El Campito parece convertirse en un coro de inusual polifonía donde pueden convivir, sin enfrentarse, lo popular y lo erudito. En esta mezcla Incardona destroza ciertos prejuicios que dividen lo social, poniendo de esto modo a la vista su existencia, su carácter de constructos, y dejando en evidencia que todo podría ser de otra manera.

Por sobre todas las cosas, El Campito puede leerse como una fabula sobre la irracionalidad política. Esta novela, detrás de la aparente simpleza de un libro de aventuras con matices políticos, crea un complejo escenario que cuenta con su propia estructura lógica, un espacio donde los sucesos sólo pueden ser entendidos cabalmente desde la perspectiva de la pasión. De qué otra forma se explica, sino es desde la pasión política, que un pueblo pueda alzarse en armas para defender un territorio lacerado por la contaminación, poblado de una fauna deforme, y repleto de basurales. Pero del mismo modo, sólo una contracara igualmente irracional puede dar lugar a ese ataque, sólo una reacción más vehemente que reflexiva puede intentar destruir esa misma geografía. Incardona logra, con una inusual precisión, poner en evidencia algo que, por obvio, a veces resulta invisible: que las pasiones políticas se asientan, en una gran proporción, sobre componentes fantásticos.

Hernán Brignardello

2 comentarios: